miércoles, 11 de julio de 2012

Cuando los reyes compraban su entrada en el paraíso


Hace unos días tuve la suerte de visitar uno de los monumentos renacentistas más bellos que ofrece España, el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, ubicado en el pueblo de El Escorial, a una hora de Madrid, que fue mandado a construir en 1563 por Felipe II, hijo del Emperador Carlos V. Felipe II, quien también se encargó de mudar la capital del Reino a Madrid en 1561, por entonces un pueblo menor (más ciudad era Toledo o Segovia), quiso establecerse en España, a diferencia de su padre  quien siempre anduvo viajando por el resto de Europa. Para cumplir con el deseo de su padre y asegurar el culto al panteón familiar, mandó a construir el inmenso Palacio-Monasterio que le llevó 21 años concluir.

En el corazón del  Monasterio, uno puede visitar el panteón real, recinto lujoso, donde yacen los restos de los reyes de las dos dinastías que gobernaron el Reino Ibérico, los Austrias y los Borbones. Curioso es que a un lado del panteón se encuentran los reyes y al otro, las reinas. Pero en el caso de éstas, sólo aquellas progenitoras del rey sucesor. Así, en el caso de Felipe II, se ubica, su cuarta esposa, Ana de Austria, madre de Felipe III. Más adelante encontramos ambientes mortuorios  para las tumbas de los infantes e infantas.

Me llamó mucho la atención que estos ambientes mortuorios se encontraran en el corazón de un monumento dedicado a la contemplación y la oración a Dios, como queriendo ubicar en el corazón de lo más sagrado los restos de la realeza, de manera que se les asegure el ingreso directo al paraíso. Ilusa pretensión.

En ese momento que recorría los laberintos interminables de El Escorial vinieron a mi mente dos ideas clave en este mundo de las religiones. La primera fue esta relación entre poder y religión, una convivencia que data desde los orígenes del hombre, en donde a través de una connivencia mutuamente beneficiosa, ambos instituciones han recorrido un largo viaje por la historia, que ha llegado a nuestros días fundido en una alianza que a veces nos es difícil discernir y separar de manera adecuada en nuestras instituciones político-sociales. Una pequeña muestra, al paso, de ello, es el hecho que muchos sociólogos señalen que en sociedades como las nuestras, el político se puede pelear con todos menos con la iglesia, pues su caída sería inminente.

La otra idea, fue aquella de cómo las mentiras o alucinaciones colectivas pueden tener efectos reales. El Escorial es una de ellas, una inmensa construcción, considerada como la octava maravilla desde el siglo XVI, un desperdicio de energías, vidas y riquezas, que hoy sirve de museo, universidad, pequeño monasterio de clausura, etc., pero creo que nunca terminará de pagar su precio, salvo que la estética lo justifique todo.

Las monarquías permanecen en las modernas sociedades europeas como vestigios de nuestro medievalismo, de nuestro comprensible estado de estupidez al que nos llevó algún vez la irracionalidad.

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