Hace unos días tuve la suerte de
visitar uno de los monumentos renacentistas más bellos que ofrece España, el Monasterio
de San Lorenzo de El Escorial, ubicado en el pueblo de El Escorial, a una hora
de Madrid, que fue mandado a construir en 1563 por Felipe II, hijo del Emperador Carlos V.
Felipe II, quien también se encargó de mudar la capital del Reino a Madrid en
1561, por entonces un pueblo menor (más ciudad era Toledo o Segovia), quiso
establecerse en España, a diferencia de su padre quien
siempre anduvo viajando por el resto de Europa. Para cumplir con el deseo de su
padre y asegurar el culto al panteón familiar, mandó a construir el inmenso Palacio-Monasterio
que le llevó 21 años concluir.
En el corazón del Monasterio, uno puede visitar el panteón real,
recinto lujoso, donde yacen los restos de los reyes de las dos dinastías que gobernaron
el Reino Ibérico, los Austrias y los Borbones. Curioso es que a un lado del panteón
se encuentran los reyes y al otro, las reinas. Pero en el caso de éstas, sólo
aquellas progenitoras del rey sucesor. Así, en el caso de Felipe II, se ubica,
su cuarta esposa, Ana de Austria, madre de Felipe III. Más adelante encontramos
ambientes mortuorios para las tumbas de
los infantes e infantas.
Me llamó mucho la atención que
estos ambientes mortuorios se encontraran en el corazón de un monumento
dedicado a la contemplación y la oración a Dios, como queriendo ubicar en el corazón
de lo más sagrado los restos de la realeza, de manera que se les asegure el
ingreso directo al paraíso. Ilusa pretensión.
En ese momento que recorría los
laberintos interminables de El Escorial vinieron a mi mente dos ideas clave en
este mundo de las religiones. La primera fue esta relación entre poder y religión,
una convivencia que data desde los orígenes del hombre, en donde a través de
una connivencia mutuamente beneficiosa, ambos instituciones han recorrido un largo
viaje por la historia, que ha llegado a nuestros días fundido en una alianza
que a veces nos es difícil discernir y separar de manera adecuada en nuestras
instituciones político-sociales. Una pequeña muestra, al paso, de ello, es el
hecho que muchos sociólogos señalen que en sociedades como las nuestras, el político
se puede pelear con todos menos con la iglesia, pues su caída sería inminente.
La otra idea, fue aquella de cómo
las mentiras o alucinaciones colectivas pueden tener efectos reales. El
Escorial es una de ellas, una inmensa construcción, considerada como la octava
maravilla desde el siglo XVI, un desperdicio de energías, vidas y riquezas, que
hoy sirve de museo, universidad, pequeño monasterio de clausura, etc., pero
creo que nunca terminará de pagar su precio, salvo que la estética lo justifique todo.
Las monarquías permanecen en las
modernas sociedades europeas como vestigios de nuestro medievalismo, de nuestro
comprensible estado de estupidez al que nos llevó algún vez la
irracionalidad.
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